Reconozco que me ha costado mucho trabajo plantear este artículo sobre el Día Internacional de la Mujer. La inercia y la admiración que siento por las mujeres que han marcado mi vida hace que mi primera intención es la de felicitar y alabar las bondades del sexo femenino; pero realmente mis sentimientos son agridulces.
Me entristece, sinceramente me entristece que exista este día, no es más que la constatación de que hemos fracasado en lo que hipócritamente vendemos hoy: la igualdad. Si realmente el rol femenino y el masculino estuviesen equilibrados no sería necesario marcar un día para la mujer, es más, en un alarde de autocomplacencia añadimos el término “Internacional”, es más fácil decir “Son otros los que denostan, denigran, golpean, asesinan o tratan como meros objetos a las mujeres”; al final es el mal llamado “Tercer Mundo” o los “Países en vías de desarrollo” (políticamente más correcto) quienes tienen la culpa de la sumisión femenina.
Esta mañana he oído unas palabras del periodista Iñaki Gabilondo, decía que la situación de la mujer hoy es la misma que en la prehistoria, no puedo estar más en desacuerdo admirado Iñaki; si bien en la prehistoria las tareas encomendadas a cada sexo eran distintas, éstas se hacían equitativamente y con el único fin de preservar la vida del grupo humano al que pertenecían; las diferencias actuales son totalmente artificiales y destinadas a promover la competitividad y las diferencias sociales entre las personas sean del sexo que sean, la condición femenina actual no es más que una excusa para justificar la lucha por el poder (sea del tipo que sea).
A pesar de mi lamento deseo felicitar a todas las mujeres que se niegan a aceptar un papel secundario, que luchan desde su posición de inferioridad para alcanzar el puesto que realmente merece. Seguid luchando para que algún día en los colegios los niños puedan decir en voz alta “de mayor quiero ser como mi mamá”.
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