Desde hace ya unos añitos creo que podemos decir que
Niebla tiene Semana Santa con toda propiedad, empezando el Viernes de Dolores y terminando el Viernes Santo, las imágenes apenas se dan un respiro y nuestras calles se
inundan una y otra vez de olores cofrades.
A modo de crónica esta vez lo haré cronológicamente,
intentando convencer a una buena amiga reencontrada por estos lares
informáticos para mi total satisfacción y buscando animarla a que nos visite
un añito, que se impregne de este aire nuevo que su infancia no conoció y que
para mí supone una de las partes más importantes del año iliplense.
A decir verdad todo comienza con los ensayos de los
viernes, las listas, los nuevos, las ausencias que hacen imposible igualar un
palo, otro año más hasta el último momento no sabes cuántos tacos vas a llevar
ni en qué trabajaderas. Por desgracia siempre hay bajas de última hora, de las
que te acuerdas especialmente, porque los ensayos tienen esa parta mala, la
incertidumbre de sacrificarte durante dos meses para jugártela a una carta y
que ésta te salga mala.
El Viernes de Dolores nos sigue regalando ese paseo
maravilloso del Vía Crucis Parroquial alrededor de las murallas, aunque con el recorte de la Puerta del
Agua pierde un poquito de encanto, en mi opinión. De todas formas ver
reflejarse ese Crucificado contra el tapial de la ronda de Jerusalén es algo
que en pocos lugares se puede disfrutar, aun así, todavía quedamos algunos
irreductibles que no nos cansamos de nuestro pueblo.
El Domingo de Ramos se convierte en el mejor aperitivo
del mundo, por los niños, esa cantera que amenaza con llenarnos de costaleros
los pasos en algunos años ¡ojalá! Mucho arte bajo La Burrita, en un paseo
majestuoso y lleno de alegría, los peques van haciendo costumbre por nuestras
calles. Por otro lado ya comenzamos a sentir los sones de la Agrupación de la
Palma y los vellos comienzan a erizarse al son de la trompeta “del Mai”.
Como no puede haber Semana Santa tranquila, este año me
ha tocado cambiar el Meteosat por un dolor de rodilla que el lunes me tenía
totalmente acobardado en casa, sin poder doblar la pierna y con el miedo de no
poder salir metido en el cuerpo, debe ser algún tipo de gafe, el año pasado
Sebastián, este yo… ¡que no se puede estar tranquilo ningún Miércoles Santo!
Pero llega el día grande y cuando me pongo el traje negro
alguien me pregunta en casa “niño, ¿pero tú no estabas cojo?” Subidón de
adrenalina para el cuerpo que te anestesia todo menos el alma. Miras y remiras
los relevos pensando que te has equivocado, que has puesto de menos; piensas en
las posibles “levantás”, las que llevas en mente y las que saldrán en la calle.
Disfrutas con las miradas de esos valientes que van a disfrutar contigo de un
paseo maravilloso de más de cuatro horas; últimos consejos, primeros deseos y…
a la Iglesia, a por Él.
En el templo una plegaria silenciosa a la Señora, que nos
ayude, que todo vaya bien, que cuide de todos los costaleros y hermanos nazarenos,
cumplimos con la oficialidad de primeras levantás y acercamiento a la puerta,
pero cuando la luz de la tarde ilumina el rostro de Padre Jesús antes de
recoger las patas del paso es nuestro momento ¡a la calle!
Sinceramente no recuerdo mejores salidas ni entradas que
las de este año, muy despacito, poquito a poco, por igual sobre los dos costeros,
ajustando las zambranas hasta lo imposible mientras la Cruz hace lo mismo con
el arco de la puerta, será la veteranía de los valientes, será mi confianza en
ellos, pero verlos trabajar es garantía de esfuerzo y arte.
Luego a presentarlo a Niebla, al son de “Reo de muerte”
comienzan los primeros racheos que pulirán los adoquines de Niebla, si la
salida y entrada han sido buenas, el andar no se ha quedado atrás, elegancia
que mece la túnica del Nazareno al son de tambor y “llamás” muy suaves. A una “revirá”
le sigue otra, a un relevo otras espaldas ansiosas, paso a paso, sin querer
terminar.
Este año con el privilegio que te da tener las espaldas
cubiertas de sobra, dejó al “nuevo” en la trasera y en la calle San Miguel le
digo me voy a ver a Padre Jesús… Es
evidente que cada uno tiene sus gustos, hay quien prefiere la salida, otros el
encuentro, para algunos lo mejor la entrada, el momento de la saeta, o
cualquier otro. Para mí desde el primer año esa bendita trasera de San Miguel
no tiene precio, este año con dos marchas empalmadas, desde abajo, con la casi
exclusiva compañía de los costaleros y nazarenos del Cristo porque todo el
mundo está en la plaza aún… ese cansancio delicado con que anda el Nazareno por la cuesta no tiene precio, merece todos los sacrificios de un año poder rezarle
mirándolo a la cara mientras sube cargando la Cruz… sencillamente sin palabras.
Y como todo no puede salir perfecto, otro de los mejores
momentos se tuvo que quedar en el tintero, este año me ha tocado acariciar el
martillo mientras “los de los trajes” daban esa última chicotá en la Iglesia,
con su gente, es nuestra forma de agradecer el trabajo bien hecho.
El viernes probablemente sea el hermano pobre de nuestra
semana grande. Quizás porque aún carecemos de la suficiente cultura cofrade en
Niebla, quizás porque aún pensamos que el silencio y el recogimiento es más una
penitencia que un regalo de Dios, que nos permite reflexionar junto al Hijo
Yacente; cuando mis obligaciones de capataz me dispensen me gustaría poder
realizar una estación de interioridad, silencio, rezo y recogimiento; creo que
este momento está muy desaprovechado en nuestro pueblo y puede tan o más
cofrade que el resto de la semana precedente.
No sé cuántos años más estaré junto a mis titulares, pero
en el sentido más egoísta de la expresión, mientras disfrute como lo hago
Niebla me seguirá teniendo al pié de sus pasos.
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