Sentarse
con un mayor es un deporte supersano, sobre todo para el ejercicio de la mente.
En estos tiempos de jóvenes ampliamente formados y puestos en nuevas
tecnologías hemos caído en el error de obviar el pasado precisamente por eso,
por ser un tiempo superado que nunca volverá y que tan sólo sirve para
compararlo con lo bien que hacemos las cosas actualmente. Craso error, un dicho
muy repetido entre bastidores en el mundo de la investigación histórica es
aquel famoso de quien olvida su pasado
está condenado a repetirlo.
Sirva
esta perorata como introducción a una amena charla con alguien que recordaba
unos tiempos iliplenses no tan felices. También es importante reseñar que, a raíz
de la lucha por la recuperación de la memoria histórica, cada vez más se están
teniendo en cuenta informes verbales como fuentes de la Historia, entrevistas,
encuestas y sondeos toman consideración similar a documentos escritos.
Pongámonos
en situación:
Plaza
de la Feria, años 60, una serie de campesinos, jornaleros para más seña,
esperan con la azada al hombro pacientemente que alguien a caballo aparezca
(los nombres los obviaré por respeto, sobre todo a los jornaleros), cuando el
susodicho jinete aparece por mandato de quien le paga va seleccionando a su
antojo y con criterios totalmente subjetivos a los que ese día podrán llevar
algo de comida a su casa, incluso aquellos más serviles, los menos conflictivos,
se volverán con un meloncito bajo el brazo, todo un detalle del señor, pero llévalo debajo del brazo, que todos vean lo
bueno que soy con mis trabajadores. Ni que decir tiene que el jornal es lo
justo y suficiente para que una familia coma un día, olvidémonos de Seguridades
Sociales, Paros u otro tipo de ayudas. El resto quedarán lamentándose de su
propia suerte.
Para
los afortunados el camino hacia las tierras del terrateniente local se hace en
fila de a uno, silencioso y acosados por unos jinetes que no dudan en empujar
con su montura a los que consideran van muy lentos, es el poder del capataz que
desde su posición de ventaja se sabe protegido por el hambre de quien no tiene
otra cosa que su trabajo y su silencio.
A mí,
que no ando lejos de la cincuentena no dejó de impresionarme la situación, yo
la conocía por alguna película en blanco y negro o por libros de texto sobre la
España profunda y retrasada de los siglos XIX y XX, mi generación vivió una
época de bonanza económica en gran parte debida al monocultivo del cemento que
trajo a Niebla una fábrica donde muchos encontraron una alternativa mucho mejor
al campo.
Igualmente
reconozco que siempre he pensado en la Fábrica como una generadora de
contaminación y de problemas propios de la revolución industrial de los años 60
en una España franquista; tradicionalmente la he mirado con malos ojos (de
reojo, eso sí porque al fin y al cabo nos daba bien de comer a muchos). Sin
embargo he descubierto una faceta que no había visto hasta ahora, la de
igualadora social, la de romper unos escalones insalvables en un pueblo campesino
donde el status se medía en fanegas de tierra y piaras de ganado.
Volviendo
a los relatos vividos en primera persona por mi interlocutor Niebla en esos
años 60 no sólo ponía trabas sociales en tanto en cuanto a la posesión de
bienes agropecuarios, también existía un clasismo geográfico; me explico, mi
informante es un foráneo que venía a trabajar a la fábrica y, por tanto, tenía
un sueldo, con lo cual su acceso al Casino no fue dificultoso, tan sólo tres
firmas de recomendación y listo, a disfrutar de unos derechos vetados a otros,
el problema se plantea cuando, ingenuo y desconocedor del pensamiento nieblero
del momento, pretende invitar a un matrimonio vecino y amigo al club social
donde acaba de ser admitido, su invitado le advierte de que no va a ser
posible, pero él insiste. El desenlace es fácil de adivinar, al iliplense se le
niega el servicio en el local porque “es de los Portales”…
Poco
a poco esta camarilla de “potentados locales” vio como un nuevo poder
adquisitivo independizó a muchos de aquellos que los veían con temor y que ya
no necesitaban de sus caprichosas decisiones para poder alimentar a su familia,
es por esto por lo que creo que entre las mejores cosas que trajo la fábrica de
cementos a Niebla fue un cambio en la estructura social, muchas han sido y son
las consecuencias negativas, pero esta pequeña parcela de igualdad no tengo más
remedio que reconocerla.
Luego
vendrían las primeras elecciones locales y más de un “señor potentado” tuvo que
morderse las uñas viendo como en la Plaza de Santa María, la de la Iglesia,
Ayuntamiento y Casino unos trabajadores colgaban una pancarta con el anagrama
de un partido de izquierdas… pero eso será otra historia.
trabajadores esperando a Franco el 26 de abril de 1967
No hay comentarios:
Publicar un comentario