“No hay que mezclar las churras con las merinas” Es una
expresión popular cada vez menos entendida y usada. No deja de ser un buen
consejo. Mientras las ovejas churras son ideales para obtener carne y leche (y
con ella quesos), sus hermanas merinas dan una excelente lana que hizo famoso
los paños que de ellas se sacaban, aunque fuesen en Flandes; esto de que nosotros
pongamos la materia prima y otros vendan el producto como suyo no es sólo de la
Edad Moderna.
Vistos los antecedentes no es conveniente mezclar unas
con otras porque bajarían tanto la calidad de las carnes y leches de las
primeras y la lana de las segundas.
¿Y a qué viene tanto rollo “ovejil”, diréis? Pues a las
circunstancias diarias que te llevan a situaciones nada deseadas, pero muchas
veces forzadas por intereses particulares de aquellos que no te aprecian, por
decirlo suave.
No siempre estoy produciendo leche ni tampoco lana, por
desgracia el don de la ubicuidad lo repartieron el día que falté a clase y
tengo que hacer las cosas de una en una. O lo que es lo mismo: cada momento
tiene su lugar y cada lugar tiene su momento.
Reconozco que tengo muchos frentes abiertos: locales,
provinciales, domésticos, íntimos, etc. que a su vez son de muy diverso
carácter: religiosos, educativos, políticos, personales… Sin embargo me precio
de saber distinguir dónde estoy en cada momento y qué estoy haciendo o
escribiendo (de ahí lo de no mezclar churras y merinas). Salvo algún desliz no
intencionado tengo perfectamente claro el ámbito en el que me muevo e intento
no influir sobre él con ninguno de los anteriores. Cuando me dedico a algo lo
hago con todas mis fuerzas y posibilidades, sean muchas o pocas, pero no mezclo
ni utilizo argumentos de un lado para influir sobre los del otro. Si acaso con
una sólo excepción, cuando escribo con la etiqueta de “mi opinión” tengo carta
blanca; digo lo que me viene en gana pues son mis palabras en mi blog, con la
honestidad de no haber borrado jamás ni una sola de las entradas que he publicado,
ahí están, para el que quiera cotejarlas. El 22 de diciembre de 2010 comencé mi
primera publicación y tras casi 280 artículos, se pueden repasar uno a uno.
Todos ellos firmados con mi nombre y apellidos (otra de las cosas de las que me
enorgullezco, jamás publicar con seudónimo o bajo el socorrido anónimo).
Blog aparte, tengo muchos compromisos sociales que
implican un trato personal con diferentes miembros de la sociedad, de diversos
estratos sociales, económicos, culturales, incluso edad. Salvo pregunta directa
de mi interlocutor sobre algún aspecto particular que nunca rehuiré, me he
limitado a realizar exclusivamente la labor que se esperaba de mí, con mayor o
menor acierto.
El Pelayo de los scouts no es exactamente el mismo que el
de la Hermandad, el del curso de Historia o el de Cáritas, quizás el más
auténtico de todos es el del blog, porque es donde dejo fluir lo que me sale de
dentro, sin trabas sociales, de imagen u otra índole; la principal diferencia
es que mientras en los anteriores me debo a un grupo con el que me he
comprometido; en el caso del blog me debo a mí mismo, al compromiso de no
mentir y decir lo que pienso sin tapujos. En cierto modo es una prolongación de
los encasillamientos bipolares tan dados en nuestra tierra, el famoso “rojo o
azul”, “macho o hembra”, “del Madrid o del Barcelona”, “de la Macarena o de la
Trianera”… mi experiencia personal dice que se puede llevar más de 25 años una
bandera en el hombro y defender otra que representa un gobierno más justo, se
puede ser religioso y negarse a participar en una misa “porque te lo mando yo”,
se puede ser andaluz y no gustarte el flamenco, ser español y antitaurino…
podría seguir ad eternum, pero no es más que mostrar los infinitos matices que
nos dan la educación, la cultura, la vida y todo lo que nos rodea.
De esta forma rogaría a todos aquellos incapaces de
diferenciar contextos, situaciones, lugares, etc. que “no mezclen churras y
merinas”; quizás se haga por desconocimiento, pero si atisbo el menor interés
de utilización malintencionada os arriesgáis a entrar en una guerra de desgaste
en la que tengo mucho tiempo y pólvora, al fin y al cabo la libertad de palabra
me permite ser un enemigo bastante peligroso. Tiempo y mala leche me sobra.
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