Mientras España, Colombia, Perú y algún otro que saldrá
por ahí intentan quedarse con los restos del recién encontrado galeón “San José”,
muchos arqueólogos serios, científicos, están temiéndose lo peor: que la
búsqueda del “tesoro” impida conocer el valor verdadero del barco.
Desgraciadamente la museística sigue en vigor hoy día,
siempre hemos vivido pensando que lo significativo de una cultura son sus
objetos más valiosos, especialmente las fabricadas en metales preciosos. Los ojos
se nos acaban yendo hacia los brazaletes, las máscaras, los anillos, los
jarros, etc. de oro y plata. Como ejemplos más famosos, la máscara de Agamenón,
el sarcófago de Tutankamón o, algo más cercano como el Tesoro del Carambolo.
En esas estamos sobre el “San José”, valorando su
supuesta carga, toneladas de plata, cofres de perlas, cofres de oro…
El gobierno colombiano reconoce que no dispone de los
medios para extraer del océano con garantías el pecio del “San José”, incluso
se plantea contratar a empresas especializadas. Estas empresas, como ya quedó
patente con la americana Odyssey y las monedas de la fragata “Nuestra Señora de
las Mercedes” son verdaderos cazatesoros que se amparan en una legalidad
internacional ambigua que además no es de obligado cumplimiento, por lo que cada
país hace de su capa un sayo, según le convenga.
¿Cuál es el miedo de la Arqueología seria? El problema
radica que se centran en la búsqueda de la plata y oro sin importarle dañar el
resto del yacimiento; las prioridades dejan a un lado elementos tan importantes
como pueden ser los objetos cotidianos de la tripulación, que nos hablan de día
a día de una profesión mucho más que dura en la época; tampoco se suele
respetar la estructura misma del buque, que en el caso del “San José” es considerado uno de los diseños más avanzados en su época. De un yacimiento,
incluso subacuático, se pueden sacar innumerables datos que ayudan a comprender
parte de una cultura: sus costumbres, su alimentación, sus indumentarias, sus
enfermedades, etc. etc.
Cada vez estoy más convencido de una aseveración que oí
en mis primeras clases de Prehistoria “es preferible dejar un yacimiento por
conocer que permitir que lo destrocen por una mala gestión” Igualmente me sorprendió
en mi primer año de Arqueología la comparación entre unas monedas de oro y un
pozo ciego, siendo éste último mucho más interesante para la ciencia y para el
conocimiento de la sociedad que lo “llenó”.
En noviembre de 2014 hubo una exposición en el Museo de
Huelva sobre restos arqueológicos de Niebla, siendo la “pieza reina” el famoso
anillo de oro encontrado cerca de la Puerta de Sevilla. En la conferencia que
se dio sobre el mismo hubo quien planteó una pregunta, en mi opinión, muy
interesante, la persona en cuestión planteaba que si era posible realizar
estudios metalográficos del anillo para, entre otras cosas, saber el origen de
los materiales que lo componen; la respuesta fue poco científica y muy “tesorística”,
ya que se argumentó que esas pruebas estropearían el anillo para obtener poca
información. ¿Es mejor la estética que el mayor conocimiento posible? Para mí
no, de hecho, cuando se ha estipulado que una pieza es demasiado importante, lo
museos no dudan en presentar copias (por ejemplo el famoso Tesoro del
Carambolo).
Siempre busco una posible conexión entre la historia y mi
pueblo, este coleccionismo derivado de la importancia del artefacto hace que
muchas piezas sean guardadas en escondidos armarios cual tesoro familiar cuando
ocasionalmente son encontradas en nuestro rico subsuelo iliplense, mientras un
trozo de cerámica, de hueso o cualquier otro material menos noble ha sido
desechado o rápidamente vuelto a sepultar por carecer de valor económico.
Sinceramente, no me importa dónde queden los restos del “San
José”, sea España, sea Colombia, sea cualquier otro sitio, lo que realmente me
preocupa es que toda la información posible pueda ser extraída y consultada
(hoy por hoy internet es un arma preciosa).
Es cuestión de valor, no de precio de mercado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario