Bueno,
ya sabéis que no se decir no a un amigo, y al final me veo en unos berenjenales
de aúpa. A petición de Carlos os haré una crónica a mi modo del viaje a Roma
que actualmente estamos haciendo.
Antes
de nada y como dicen en las películas americanas de serie “B”, “Cualquier
parecido con la realidad es mera coincidencia”, probablemente os llenaré de
consejos que sean incorrectos o que no os sirvan para nada, pero tened en
cuenta que lo hago desde mi sencilla opinión y con la mejor intención del
mundo. Si algo de esta perorata que os espera os sirve, me alegraré
enormemente, en caso contrario, sólo tenéis que esperar hasta el día 2 que
acabe el chaparrón.
Utilizando
un chascarrillo que siempre me ha gustado empezaré por mi máxima favorita: Como decía Jack el destripador: vamos por
partes. El viaje en avión ya mereció la pena, si tenéis niños pequeños,
como es el caso de mi hijo Gonzalo, no podéis perder la ocasión de sentaros
junto a ellos y mirarle a la cara durante su primer vuelo, el despegue, la
tierra, las nubes, las islas, el mar, el aterrizaje, ya merecen la pena haber
pagado por todo el viaje.
Pero
para tener una jornada de contrastes, lo primero que nos recibe en Roma es la
lluvia, sí tal y como suena, salimos de Sevilla con un calor propio de julio y
llegamos a Italia lloviendo a mares, en este sentido tampoco los romanos son
diferentes a nosotros, cuando caen dos gotas, la ciudad se llena de atascos y
paraguas (bueno, en el tráfico sí son un poco distintos pero luego os cuento).
No puede por menos que acordarme de una canción de Antonello Venditti, Roma Capoccia, que en uno de sus versos
dice “quanto sei bella Roma, cuando piove” (Qué bonita eres Roma, cuando
llueve). Así que la he utilizado para titular esta primera entrada.
Este
primer día se llega tan cansado que tan sólo quieres cenar algo e irte a la
cama, bueno también da tiempo para comprobar que el wi-fi funciona y que algún
amigo te ha “vendido una moto” como las vespas que circulan por aquí esquivando
coches y peatones.
Sobre
el alojamiento irá mi primer consejo. Por razones principalmente económicas
suelo alquilar apartamentos en mis viajes (con cinco de familia o tienes pasta
larga o no puedes), pero además posee ventajas adicionales. La primera es que
verdaderamente puedes llegar a sentir como viven los romanos, en este caso,
cruzarte por la escalera con tus nuevos vecinos y que te saluden sonriendo con
un “Buon giorno”, para luego indicarte que dos calles más abajo hay un puesto
de fruta y verdura que te saldrá más barata que en el super del barrio, si a
eso le incluyes que el puesto lo regenta una familia simpatiquísima que te da a
probar todo antes de vendértelo y que te aconseja sobre lo que está más o menos
maduro, miel sobre hojuelas.
Otro
consejo de vecinos, los habitantes de una ciudad no suelen tener comisiones por
mandarte a un restaurante u otro, de esta forma, la primera noche descubrimos
un pizzaforum que colmó todas
nuestras aspiraciones, no os podéis perder las pizzas romanas (más finas que
las napolitanas), así como los spaghetti
all’amatriciana, plato típico de Roma y que con una buena cerveza repone
totalmente tus maltrechas fuerzas.
La
primera mañana toca hacer las compras, más trabajo, pero también más economía y
cercanía a la gente del barrio, organizarlo todo y después de comer las
primeras visitas turísticas. Hoy segundo día de lluvia, pero sin la suficiente
fuerza como para acobardarnos.
Ya
os adelanté algo sobre el tráfico en Roma, creo que aquí las rayas del suelo
que nosotros llamamos “pasos de peatones” sirven para marcar el lugar donde
acelerar y acojonar a los turistas, con deciros que los conductores que más
cerca nos pasaron fueron cuatro monjas de blanco en un Fiat justo delante del
semáforo de Santa María la Mayor, también es cierto que la diferencia entre el
romano y el turista está no sólo en la ausencia de cámara fotográfica sino en
la habilidad del nativo para cruzar por donde le apetece recortando coches como
si fueran vaquillas, todo esto debe ser normal porque nadie pone cara de susto
ni se insulta.
Hoy,
entre otras, también ha tocado la Fontana di Trevi, una maravilla de fuente, la
verdad, y no porque lo diga yo, sino porque te tienes que pelear con cientos de
turistas (no exagero) para poder acercarte al borde y lanzar una moneda ¿hay
quien pague más por unos codazos? Pero no todo es tan negativo, la plaza está
llena de heladerías (y aquí me paro para hacer una reverencia) ¡qué helados!; siempre
he sido un forofo de los helados y los pasteles, y cuando quiero valorar no me
voy a sabores distintos o cosas raras: uno de chocolate, sencillo y común, pero
que te da la posibilidad de comparar; si nosotros lo trajimos desde América,
estos italianos al enfriarlo han hecho maravillas del paladar. Sin duda
imprescindibles en Italia.
Un
largo paseo de vuelta, desde el autobús no se ve bien la ciudad, desde el Metro
ni bien ni mal, simplemente no se ve y a descansar para mañana recomenzar el
viaje y la crónica.
Por
cierto, para datos, historias y visitas guiadas usad internet, lo mío son
consejos de pueblo, útiles y sencillos.
Con vosotros no necesitamos salir de Niebla. Y, por cierto, el helado de chocolate... para chuparse los dedos.
ResponderEliminarMe quedo en tu blog.
Hay que salir de Niebla, por muy bien que se cuenten las cosas, vivirlas en primera persona es fascinante.
ResponderEliminarSabes que eres muy bienvenido.
Gracias por quedarte.