Por desgracia, siempre hay un día que acabas mosqueado,
hoy ha tocado, por este motivo me saltaré el orden establecido para hablaros de
una actitud borreguil donde las haya.
Os pongo en antecedentes. Como comenté en la anterior
entrada hoy tocaba Vaticano; la visita guiada en español a los Museos Vaticanos
ha sido la más cara del viaje (los cinco unos 166 euros) pero no es esta mi
queja ya que me ha parecido excepcional, sinceramente creo que en las cuatro
horas que ha durado he aprendido más sobre la historia del arte que en todos
los años que la he estudiado (especialmente el Renacimiento y el Barroco). Por
cierto, la Basílica de San Pedro, al igual que la visita a la cripta donde
están enterrados muchos Papas sigue siendo gratuita (todas las iglesias de Roma
lo son).
Como es lógico nos recibe nuestra guía, Alejandra, una
italiana, guía oficial del Vaticano, probablemente historiadora del arte,
enamorada de su trabajo y de lo que enseña (eso se nota, para alguien como yo
que llevo años enseñando mi pueblo con la misma ilusión), su forma de explicar
no era para nada ni automatizada ni fría, todo lo contrario, sus ojos y cara
brillaban cuando hablaba de las obras de arte, especialmente de Miguel Ángel y
de Rafael Sanzio (de ahí he sacado que era historiadora del arte). Otro dato
que me ha hecho pensar que le gusta lo que hace es que la visita se ha alargado
más de una hora, porque si hacía falta dejaba pasar a los grupos que disparaban
las cámaras de fotos a la vez que andaban, mientras entretenía a los niños con
juegos o trucos relacionados con las obras de arte (pensad que mi hijo Gonzalo
tiene 6 años y no se ha quejado ni una sola vez), en definitiva, no miento si
digo que es la mejor quía que recuerde en todos los sitios en los que he
estado.
Pero ¿dónde está el cabreo?, os preguntaréis. El la
charla inicial una de las cosas sobre las que más incidió era en el especial
respeto que requiere la Capilla Sixtina, es un lugar especial de culto que, nos
avisó, hay que visitarlo en silencio y no se pueden hacer fotografías; de hecho
su explicación nos la dio sentados en un pasillo y con una pantalla interactiva
(probablemente la media hora más intensa de la visita, y en la que más he aprendido). La sorpresa supina llega con el momento de ver la Capilla Sixtina, era
el lugar más tumultuoso, ruidoso, falto de respeto e incómodo que podía
imaginar: personas charlando, gritando, durmiendo en los sillones que hay para
sentarse, todos los flashes que no había visto hasta ahora salieron a relucir,
de todas las nacionalidades, incluidos los españoles de nuestro grupo. Verle la
cara a Alejandra era todo un poema, verdaderamente cada fogonazo de cámara era
una puñalada que le daban, incluso se paró ha hablar con un compañero guía y
(en italiano) se lamentaba porque los policías que había allí no hacían nada,
yo conté al menos 5, pero su única preocupación parece ser que era no ver
hombros o rodillas descubiertas. A los pocos que alucinábamos como ella, nos
explicó en voz baja que cada flash es el equivalente de un día de exposición al
sol para los frescos de las paredes y techos, luego confesó que están
estudiando suspender las visitas a partir del año que viene.
Es un mal que nos aqueja a todos, queremos demostrar que hemos
estado más que disfrutar de lo que hemos visto; sinceramente no tiene lógica,
ves a la gente sacando fotos imposibles a escondidas para obtener un testimonio
de mala calidad de que “yo estuve allí” –pero, ¿dónde?- “no sé en un sitio que
sale en los libros y donde la gente hacía muchas fotografías”.
Como turista he sentido vergüenza ajena, por el
comportamiento de aquellos que no piensan en que están dañando un bien para
todos, especialmente para los que vienen detrás, no ya sólo porque los frescos
se dañen, sino porque la solución será no poder visitarlos.
Por este motivo os
colgaré una fotografía de los millones que hay en internet y que son mil veces
mejores de la que yo podría hacer con mi cámara, he elegido El Juicio Final a modo de premonición.
Al
menos me queda el consuelo de que he podido disfrutar de toda la belleza de
Miguel Ángel, cabreado, pero feliz.
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