"STAT ROSA PRISTINA NOMINE, NOMINA NUDA TENEMUS"

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El blog de Pelayo Castillo Palacios

lunes, 27 de julio de 2020

CAPÍTULO 9. LA PÓLVORA Y NUESTRO COMPROMISO


            Ya sé que os prometimos hablar de la iglesia de San Martín, pero recientes publicaciones que nos han hecho llegar vuelven a actualizar todo lo que sabemos sobre este emblemático edificio, así que revisamos de nuevo lo que disponemos y cuando esté actualizada os la ponemos.



            Entonces salgamos de nuevo por la Puerta del Socorro; un poco más adelante nos encontraremos unas piezas de artillería donadas por la Academia de Segovia a Niebla, fruto de un hermanamiento que se sustenta en una premisa cuando menos dudosa.



            Hemos tomado como referencia el arrabal, porque todo supone que fue donde se asentaron las tropas de Alfonso X a fines de 1261 para sitiar durante meses (de 7 a 9, según quien se lea) y acabar por tomar el último reino taifa de occidente para la corona de Castilla.

            Sobre el proceso de conquista y los motivos que llevaron al rey a tomar Niebla versará la siguiente entrada, en esta nos centraremos en un hecho que, cuando menos no está documentado: EL USO DE LA PÓLVORA.

            Desde siempre (una expresión tan ambigua como incierta) se ha creído y publicado que Niebla fue “el primer lugar de occidente donde se usó la pólvora por primera vez”, lo hemos visto en concursos televisivos, lo seguimos leyendo en foros y redes sociales, lo podemos encontrar incluso en logos municipales de hace más de un cuarto de siglo Niebla, ciudad de la pólvora, reza el mismo. Siento deciros, por enésima vez que no podemos asegurarlo. No tenemos actualmente ninguna fuente documental o arqueológica que pueda corroborarlo, de hecho hace ya 8 años lo publiqué en el blog, para no repetirlo y que podáis leer la justificación histórica pincha aquí: ARTÍCULO SOBRE LA PÓLVORA

            Como dice el título, es nuestro compromiso comunicaros las conclusiones de nuestras investigaciones, aunque este hecho concreto está más que justificado y publicado por los mayores conocedores del mundo fronterizo del siglo XIII, de arabistas y especialistas en Alfonso X, de doctores y catedráticos universitarios; nosotros simplemente nos hacemos eco de sus trabajos. Entendemos que perder esta “exclusividad” no es agradable, ya nos gustaría que aparecieran documentos que lo justificara, pero como respondo cuando me dicen “nos quitas la parte más importante de nuestra Historia”, queridos amigos y paisanos, podemos presumir de 3000 años de historia ininterrumpida, de un patrimonio cultural que pocos lugares tienen, quizás perdamos la pólvora, pero estamos ganando siglos de olvido que nunca habían sido estudiados; Niebla es más, mucho más que un hecho concreto. Nuestro compromiso y sinceridad nos obliga a deciros lo que sabemos y no lo que nos cuentan.

Panel explicativo en el Hospital de los Ángeles (foto Huelvapedia)

            De nuevo insisto en que leáis el artículo publicado en 2012, os servirá de ayuda y está totalmente actualizado.


Pelayo Castillo Palacios y Antonio Bonilla Giles

lunes, 20 de julio de 2020

ROBERT DUNDAS MURRAY, PARTE IV: EL CURA, SU TESORO Y EL CAMINO DESDE ESCACENA.


En la casa del cura
Murray llega al exterior de la casa del cura. Era la hora de la siesta. Las puertas estaban cerradas como señal de que sus moradores dormían. El viajero estima cuando llamar. Además  reflexiona sobre las costumbres y  la ejemplaridad del religioso con su parroquia.

"...dirigí mis pasos hasta la morada del cura y me detuve delante de una casa cuyo exterior tenía un aspecto mucho más respetable que las que había visto hasta entonces. Las puertas se encontraban cerradas, indicando que sus moradores aún no se habían despertado de la siesta; sin embargo, mi reloj me indicaba que teniendo en cuenta las costumbres del país, el soñoliento señor debería haber abandonado su siesta media hora antes, y los curas, pensé, no deberían ser un ejemplo de pereza para su rebaño de fieles".

Informa al criado del párroco sobre motivo de la visita. Fue conducido al interior y el viajero quedó a la espera. Cuando apareció el cura contestó a su pregunta. No se narran otras circunstancias que detallen el encuentro.

"Así pues, todas estas razones hicieron que mi mano se dirigiera hacia la aldaba y cuando informé al criado del propósito de mi visita, éste me condujo a la antesala. Al poco rato el cura hizo su aparición y en respuesta a mi pregunta...".

Ante lo expuesto en la narración, debemos preguntarnos cuál fue en concreto la pregunta. ¿Fue una cuestión genérica sobre tesoros descubiertos en Niebla o se interesó concrétamente sobre un hallazgo en terrenos del cura? ¿Tenía el inglés conocimiento de estos hechos antes de iniciar el viaje, o simplemente se basó en la información que le dio Juanito el guía? Recordemos lo que Murray comentó antes de iniciar la investigación: Yo tenía intención de ir a la casa de “Antonio el Cojo”.

Canónigo español del siglo XIX, dibujo de W. Bradford (1808)

El tesoro encontrado en la ribera del Río Tinto.

El cura le informó sobre lo ocurrido en sus propiedades. Unos campesinos encontraron una vasija que contenía cantidad de monedas árabes de plata.

"...relató que varios campesinos mientras estaban trabajando en un campo de su propiedad habían descubierto cerca de la orilla del río una enorme vasija; y que cuando la rompieron para ver qué contenía, aparecieron una gran cantidad de monedas árabes todas de plata. Calcularon que todas pesaban más de una arroba o medida que equivale a veinticinco libras".

El conflicto que generó el reparto hizo intervenir a las autoridades. El cura, al ser propietario de las tierras donde se produjo el descubrimiento, recibió una parte.

"Como casi siempre suele ocurrir en estos casos, los que la encontraron no fueron capaces de repartirse el botín de forma pacífica, por lo que el asunto llegó a oídos de las autoridades, quienes reclamaron la totalidad; pero como la tierra en la que había sido encontrada era de su propiedad, a él le correspondía una parte que recibió con posterioridad".


Sobre el tratamiento del Patrimonio Nacional en España

Estas disputas y prácticas pudieron ser habituales en estos años de mediada la centuria del siglo XIX, en los poco se había legislado al respecto. Los expolios arqueológicos, realizados en el territorio español, propició que se tomara conciencia de la importancia de los objetos arqueológicos para el conocimiento de una sociedad, y para indagar en su pasado histórico. Hacia el año 1905, José Ramón Mélida, se lamentaba en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos: "Desgraciadamente los hallazgos de las antigüedades en España son casuales, y las más de las veces la codicia y la ignorancia, casi siempre unidas, rodeándoles de misterio o de punible secreto, imposibilita que la ciencia pueda registrarlos entre sus legítimas conquistas. Muy rara vez suelen las entidades oficiales llamadas a ello, o las personas competentes á quienes guían su afición, llegar a tiempo de salvar lo que se descubre y estudiarlo para aumentar el caudal de los conocimientos históricos". La Ley de 1911 supuso un paso trascendental en el ámbito tutelar del Patrimonio Arqueológico, al intentar equilibrar el derecho de la propiedad privada con los intereses generales que representaban los bienes arqueológicos. Y será a lo largo del siglo XX cuando se vayan desarrollando las legislaciones que regulan el Patrimonio Arqueológico.

JOSÉ RAMÓN MÉLIDA y ALINARI. Considerado como el padre de la Arqueología española. Su vinculación con Niebla le lleva a emitir informes sobre el Castillo cuando era director del Museo Arqueológico Nacional, en pleno proceso de desalojo del mismo por E. Whishaw, cuando el marqués de Bute solicita  la cesión del castillo y las murallas iliplenses. (fotografía Museo Arqueológico Nacional)

Continúa la conversación con el cura.

El párroco fue esplendido con el inglés y le regaló una moneda. El viajero nos describe a continuación la pieza de plata.
El cura me enseñó unas pocas y con toda franqueza me regaló una de ellas. Tenía la forma característica de las monedas árabes, era cuadrada y presentaba caracteres árabes (cúficos) y estaba en un perfecto estado de conservación.

El inglés se despidió y expresó sus agradecimientos al generoso cura, anteriormente calificado como el soñoliento señor y ahora  cubierto de halagos.

Expresando mi más sincero agradecimiento le dije adiós al amable y cortés cura –quien como casi todos los de su profesión que yo me fui encontrando con posterioridad, era un caballero en su porte y modales –y a los pocos minutos me encontraba en el camino en dirección a Moguer.

dirhams de Niebla (siglo XIII)

Ocurridos estos hechos el viajero emprendió su camino a Moguer. ¿Cubriría Murray sus expectativas con respecto a la visita de Niebla?

Entre Escacena y Niebla
Nuestro camino pasó por dos o tres pueblos aparentemente desmoronándose y en estado ruinoso. Sin embargo, en estos lugares miserables, se pueden ver con frecuencia casas con muy buen aspecto cuyos dueños son señores con patrimonio y hombres de refinada educación. El motivo de su existencia entre tal desolación es, como acabo de apuntar, encontrarse con la inseguridad de vida y propiedad que prevalece tan generalizado por toda España. Ningún hombre piensa en tener su hogar en una casa de campo, sino que escoge el pueblo o la aldea que esté más cerca de su propiedad, y desde allí sale para controlar y dirigir las tareas de sus empleados. Por esa misma razón son muy raros los cortijos; el dueño y el bracero habitan en el mismo pueblo y a menudo tienen que trasladarse más de una o dos tediosas leguas antes de llegar hasta el cortijo. En uno de estos pueblos, a poca distancia de Escacena, llamó poderosamente mi atención una mansión que en su día debió ser el orgullo del lugar, pero que ahora, sin tejado y desmantelada, sólo se distinguía por sus elevados muros desmoronados, un poco más altos que el declive de sus antiguos ocupantes. Me di cuenta que la planta baja estaba convertida en corral para guardar ganado y que desde allí subía a las habitaciones superiores una escalera de maravilloso mármol blanco, aunque ahora tristemente hecha pedazos y mutilada. La historia de esta casa era una historia cotidiana; el que la construyó había vuelto desde Méjico cargado de riquezas, que le permitieron comprarse el título de Marqués y construyó su casa con sus columnas de mármol y su costosa ornamentación. Su heredero dilapidó la fortuna de sus padres rápidamente, dinero que con toda probabilidad era de dudosa procedencia; y los terceros en la línea sucesoria ahora residen en La Isla en la más completa indigencia y bastante ocultos. Sus necesidades han sido tales como para llegar a vender hasta el mismísimo tejado y la solería del hogar de sus antepasados por la suma que les puedan dar por la madera. Desde una distancia considerable habíamos estado viendo las torres de Niebla, pero teniendo en cuenta el paso lento de nuestros jamelgos la distancia entre el pueblo y nosotros parecía no acortarse. Por fin llegamos a la orilla del Río Tinto; sus oscuras aguas, que salían a borbotones por encima de un canal en la roca nos daban idea de frescor en delicioso contraste con el insoportable calor que cargaba la atmósfera. Siguiendo el sinuoso cauce del río durante una corta distancia llegamos a un lugar donde un antiguo puente de nueve arcos lo cruzaba. Más allá, hacia la izquierda, se elevaban las calcinadas y desmoronadas murallas del pueblo, coronando un pequeño montículo por cuya base seguía serpenteando el río que acabábamos de pasar; mientras que más cerca del puente las elevadas almenas de un castillo se asomaban y dominaban el pasadizo que las atravesaba. El camino entre el puente y el pueblo parecía haber sido obra de los elementos y del tiempo más que un camino hecho por la mano del hombre. Subimos penosamente por una empinada vereda empedrada por las rocas que los torrentes invernales habían dejado y bordeada a cada lado por arbustos de adelfas, cuyas flores de brillantes colores daban la bienvenida a los doloridos ojos que tanto habían sufrido la intensidad del sol sobre los polvorientos caminos. Enormes rocas interceptaban nuestro avance a cada paso y cubrían la ladera al lado y por debajo de donde nos encontrábamos; otras habían caído al lecho del río donde la espuma que formaba el agua al golpearlas señalaba el lugar en el que se encontraban. Al llegar a las murallas del pueblo, uno al lado del otro, Juanito giró y se dirigió a una posada justo frente a la entrada, donde propuso detenernos para almorzar. El aspecto de este hospedaje para hombres y bestias era de todo menos reconfortante para un viajero cansado del camino. Cerca de la entrada había aproximadamente media docena de muleros tendidos en sus mantas disfrutando de su siesta durante las horas de más calor del día. Nadie se preocupó en lo más mínimo de nosotros, ni siquiera hubo alguien que abriera un ojo, aunque el ruido de los cascos de nuestros caballos mientras los llevábamos por el empedrado de la casa debió haberse escuchado hasta el más alejado rincón; en vano estuve buscando al dueño del establecimiento entre las formas yacentes que había por todos lados, mientras mi guía, que conocía mejor las costumbres del lugar, se dirigió a una corpulenta señora que estaba retrepada medio dormida en una de las sillas bajas que se utilizan en el país y le preguntó si tenían cebada para su animal. Un movimiento de cabeza insinuó que no había y le ahorró a nuestra posadera, ya que eso es lo que ella era, el trabajo de abrir los labios. Si hubiésemos preguntado por provisiones de cualquier tipo sólo habríamos obtenido una mirada de asombro por nuestra falta de previsión, así pues, nos sentamos y dimos buena cuenta de lo poco que habíamos llevado en nuestras alforjas. Nuestra comida no nos hizo detenernos durante mucho rato y, puesto que no teníamos ninguna gana de soportar durante más tiempo del necesario esta mansión de Morfeo, salí, acompañado por Juanito, a dar un paseo por el pueblo. Entrando por la puerta del lado este, bajo un arco de arquitectura árabe, nos metimos de lleno en ruinas y desolación. Era un espectáculo muy triste de contemplar y yo, de manera involuntaria me giré hacia una escalera que conducía a todo lo alto de las murallas, pensando en que podría divisar alguna zona de la que la vida no se hubiera alejado tan completamente como lo había hecho de este escenario de soledad y decadencia. Pero por todos lados era lo mismo; había calles enteras donde sólo los muros de las casas se mantenían en pié y que ahora parecían largas filas de esqueletos aferrados unos a otros para sostenerse; todo tenía el aspecto de estar a punto de irse al suelo antes de que la primera ráfaga de viento que soplara sobre las fortificaciones tocara con sus alas la alta hierba que crecía sobre cientos de hogares de piedra y en los umbrales de las puertas. Si todo esto hubiese sido provocado por los elementos, o por la guerra, o por cualquiera de esas catástrofes que en un instante echan por tierra el trabajo de años, uno lo podía haber contemplado con cierta pena y pesar aunque no sin esperanzas de que todo volviera a prosperar; pero había sido un agente mucho peor que esos el que había hecho que el pueblo estuviese tan destrozado como lo estaba, y que había atacado con las más funestas consecuencias sus perspectivas de futuro. Su ruina era fruto de la decadencia nacional con la que el observador se encuentra por cualquier lugar por el que se mueva. La buena vida en España ya no existe; su industria y vigor ya no son más que los débiles esfuerzos de otros tiempos; su vitalidad se mueve sin energía por un marco donde una vez reinaba la profunda avaricia, injusticia, ignorancia y superstición, y por todo esto se extiende bajo la cancerígena sombra del mal gobierno y la corrupción: España lleva a rastras su existencia con mucho dolor y mucho esfuerzo; y, al igual que ocurre con brazos y piernas que son los primeros en acusar la torpeza, así este apartado pueblo ha sido el primero en participar de su falta de solidez y mostrar las primeras pruebas de desintegración. Mientras tanto, yo estuve paseando a lo largo de sus almenas: a veces resbalando entre la alta hierba que ondulaba sobre ellas o atravesando con precaución el umbral de tambaleantes torres que en su día habían soportado impasibles el caminar del centinela musulmán. Llegué a un ángulo desde el que había una vista muy bonita del valle por el que el río corría hacia el mar. Un poco más allá, una enorme grieta impidió mi avance y bajé a tierra firme, donde la vista ya se limitaba a unas cuantas chabolas míseras que albergaban una población de atezadas mujeres y niños semidesnudos. El pueblo, al igual que Palos y Moguer se dice que está poblado por los descendientes de los esclavos que los conquistadores del Nuevo Mundo se trajeron como botín conseguido con sus espadas; y es cierto que los actuales habitantes más parecen mulatos que europeos; pero a falta de una evidencia positiva para sostener esta afirmación, también es probable que su tono oscuro se deba a que por sus venas corre más cantidad de sangre árabe de la normal. De los pocos que encontramos, uno era un pilluelo de unos cinco o seis años quien, como Dios lo trajo al mundo –en cueros, como se dice en España; venía paseando calle abajo con el aspecto de un haragán de Bond Street de Londres. Se detuvo al vernos y cruzando sus bracitos, se volvió y me honró con una mirada de la que la persona más elegante se habría sentido orgullosa. Imagino que su inspección fue satisfactoria, ya que, moviendo su cabecita con un gesto de aprobación, continuó su marcha y se alejó de nosotros. De camino al pueblo, y mientras recorría sus silenciosas calles, Juanito, para convencerme de las antiguas riquezas del lugar, en varios momentos se dedicó a ofrecerme minuciosas descripciones de tesoros de oro, y de no se qué más, que recientemente habían sido descubiertos dentro de sus murallas. Historias de este tipo son tan frecuentes en boca de la gente sencilla de España que yo rara vez les presto atención; pero en esta ocasión, no sé qué fue lo que me hizo pensar que su relato podía ser muy probable. El pensamiento me vino a la cabeza justo cuando estábamos ante una casa que tenía rasgos evidentes de haber sido parte de las antiguas fortificaciones; y como siempre se debe empezar por algún sitio, ¿Qué lugar, pensé, tan apropiado como este, para conocer algo de los tesoros enterrados por sus antiguos propietarios? Al “Dios guarde a Usted” de Juanito le respondieron con el acostumbrado “Pase usted adelante”. Atravesando el umbral de la puerta me encontré debajo de una especie de cúpula, por la que la luz penetraba por una apertura abierta en todo lo alto; la única persona que había allí era una mujer que paró de tejer mientras contestaba a mis preguntas. Yo tenía intención de ir a la casa de “Antonio el Cojo”. El camino que me describió era tan detallado que me quedé completamente desconcertado cuando concluyó, pero por fortuna Juanito se enteró mejor y sin demasiada dificultad me guió a la mansión de “Antonio el Cojo”. “¿Quién es?” fue la respuesta a la llamada a la puerta de Juanito, quien, en aquél momento ya estaba muy entusiasmado con el tema de la búsqueda arqueológica y aporreó la puerta como si se tratara de un asunto de vida o muerte lo que nos había llevado hasta allí. “Gente de paz” contestamos. Una vez que se aseguraron de esto se abrió una ventanilla en la puerta, –o mejor dicho, la abrió justo lo necesario para permitirle a la negruzca esposa de Antonio reconocer a las personas que con tanta impaciencia había llamado que casi echan a bajo los goznes de la puerta. La información que nos proporcionó fue muy poco satisfactoria; el dueño de la casa estaba ausente de viaje, y además, le había entregado sus tesoros a un amigo que estaba en Moguer. Como última esperanza, pregunté si allí podríamos encontrar a cualquier otro virtuoso; y después de pensarlo durante un momento, nuestra atezada amiga contestó que lo más probable era que el cura pudiese poseer algunas monedas antiguas y otras reliquias del pasado. Así pues, dirigí mis pasos hasta la morada del cura y me detuve delante de una casa cuyo exterior tenía un aspecto mucho más respetable que las que había visto hasta entonces. Las puertas se encontraban cerradas, indicando que sus moradores aún no se habían despertado de la siesta; sin embargo, mi reloj me indicaba que teniendo en cuenta las costumbres del país, el soñoliento señor debería haber abandonado su siesta media hora antes, y los curas, pensé, no deberían ser un ejemplo de pereza para su rebaño de fieles. Así pues, todas estas razones hicieron que mi mano se dirigiera hacia la aldaba y cuando informé al criado del propósito de mi visita, éste me condujo a la antesala. Al poco rato el cura hizo su aparición y en respuesta a mi pregunta relató que varios campesinos mientras estaban trabajando en un campo de su propiedad habían descubierto cerca de la orilla del río una enorme vasija; y que cuando la rompieron para ver qué contenía, aparecieron una gran cantidad de monedas árabes todas de plata. Calcularon que todas pesaban más de una arroba o medida que equivale a veinticinco libras. Como casi siempre suele ocurrir en estos casos, los que la encontraron no fueron capaces de repartirse el botín de forma pacífica, por lo que el asunto llegó a oídos de las autoridades, quienes reclamaron la totalidad; pero como la tierra en la que había sido encontrada era de su propiedad, a él le correspondía una parte que recibió con posterioridad. El cura me enseñó unas pocas y con toda franqueza me regaló una de ellas. Tenía la forma característica de las monedas árabes, era cuadrada y presentaba caracteres árabes (cúficos) y estaba en un perfecto estado de conservación. Expresando mi más sincero agradecimiento le dije adiós al amable y cortés cura –quien como casi todos los de su profesión que yo me fui encontrando con posterioridad, era un caballero en su porte y modales –y a los pocos minutos me encontraba en el camino en dirección a Moguer.

MURRAY, Robert Dundas. Cities and Wilds of Andalucia. London: Richard Bentley, 1849. 3rd. ed. London: Richard Bentley, 1853.


calle San Walabonso en 1891 (AMADOR DE LOS RÍOS)

jueves, 9 de julio de 2020

EL POLVORÍN DE NIEBLA, 1943


            Hace algunos días una lectora quería que le contásemos “qué pasó con el polvorín”; le contesté que era muy moderno para ser mi especialidad, pero que tenía alguna referencia y noticia que podríamos desarrollar en este blog. Algunas lecturas después, un paseo caluroso para actualizar el lugar donde se produjo el incidente y aquí tenéis un capítulo triste de nuestra historia reciente.

            Para ubicarnos en el tiempo y en el espacio tenemos que irnos a la “Estación de Sevilla” de Niebla, en el paraje denominado Cantarranas; el día 11 de agosto de 1943, sobre las 12:10 horas, lo que suponía un momento de bastante calor, de hecho el día anterior se habían registrado 47 grados en la zona y unos 50 en Sevilla.


restos actuales del polvorín (muro y garita), fotos SEBASTIÁN BREVA RAMÍREZ.


            La Estación de Sevilla

Era una de las dos paradas que tenía la línea de ferrocarril Sevilla-Huelva, siendo la segunda (en dirección Huelva) la Estación de las Mallas, el apeadero Puerta del Buey se pondría en servicio años después. Normalmente la población de Niebla utilizaba la de las Mallas, quedando la de Sevilla para los vecinos de los pueblos cercanos de la zona, Bonares y Rociana fundamentalmente; también era el final de una pequeña línea privada de un ferrocarril maderero que venía desde el coto Mingallete, término de Bonares y cercano al de Rociana, enlazaba aquí con la referida línea Sevilla-Huelva (de esta línea hablaremos en otro artículo más extensamente).


Al trasiego de viajeros, trabajadores del ferrocarril, trabajadores de la madera, etc. se les unía la guarnición de un polvorín del ejército que tenía sus dependencias justo frente a la estación. Concretamente y en esos momentos había 38 militares, en su mayoría jóvenes haciendo el servicio militar, comandados por un brigada, si bien en el momento de los hechos 4 estaban en Bonares realizando compras y otro, el cartero, realizaba sus labores en Niebla.

Suponemos que debería ser un lugar bastante transitado, lo suficiente como para que hubiese una cantina regentada por Matías Padilla Pavón, cuyo hermano Juan era obrero ferroviario en la estación.

fotografía de José García García

La explosión y el incendio.

Según el artículo de JOSÉ MARÍA GARCÍA MÁRQUEZ en el que recoge declaraciones de testigos presenciales se oyó un ruido fuerte como de un avión volando bajo, procedente de una deflagración que salió de uno de los polvorines, tuvo que ser muy rápido porque los mismos testigos oculares a pesar de que lo intentaron no consiguieron escapar de la onda expansiva y de las quemaduras producidas por el calor. A ésta gran explosión inicial se siguieron otras de menor entidad en los distintos restos que iban siendo afectados por el incendio consiguiente.


fotos del interior del polvorín y del patio del recinto,  GARCÍA MÁRQUEZ, J.M.

Según el informe exhaustivo que realizó el propio ejército había casi 500.000 kilos de pólvora que explosionaron casi en su totalidad. La virulencia de la misma tuvo que ser tan devastadora como para destrozar las instalaciones interiores, hacer irreconocibles a muchos de los soldados que murieron, incluso lanzar a 40 metros de distancia una puerta de hierro forjado de más de 180 kilos.

puerta reutilizada en Bonares, foto JOSÉ GARCÍA GARCÍA

Como hemos dicho las explosiones acabaron produciendo un gran incendio que dificultó más aún las labores de rescate de heridos y fallecidos, tanto es así que los vecinos de Bonares no pudieron acercarse a menos de un kilómetro y los de Niebla tuvieron que hacer detenerse el tren que venía desde Huelva hacia Sevilla, tanto en un pueblo como en otro hemos recogido testimonios del fuerte estruendo y la intensa humareda visible desde las localidades.

Causas y consecuencias.

Hay dos versiones sobre la posible causa de la explosión:

Un sabotaje realizado por guerrilleros activos desde la finalizada Guerra Civil, esta versión se apoya en el propio horario de trenes que permitiría realizar un atentado en el polvorín: llegar en tren, aprovechar las paradas del mismo, colocar algún tipo de mecha lenta, volver al tren y marcharse hacia Huelva. Esta versión fue alentada por medios clandestinos de comunicación que en 1943 quedaban en España, pero carece de datos constatables para hacerla creíble.

La versión oficial, basada en la investigación que realiza el propio ejército; en la causa 655/43 instruida a tal efecto. Los factores fundamentales son pólvora en mal estado de conservación, además de ser muy inestable como la gran cantidad de pólvora negra almacenada, probablemente sobrantes de la Guerra Civil, de hecho parte de la misma se retira a un almacén distinto donde no había ni puerta. El mal estado de las instalaciones también contribuyó, incluso se habla de uno de los techos de los polvorines que había sido sustituido por una lona debido a su deterioro (imaginemos un toldo a 47 grados de temperatura); JOSÉ GARCÍA, refiere en su blog que normalmente refrescaban el suelo de tierra de los polvorines con el agua de los pozos de la zona, pero que en esas fechas se hallaban secos y por tanto no había posible refresco de los explosivos. Por último la excesiva pero normal alta temperatura de agosto, tanto es así que los propios conductores de los trenes tenían indicaciones expresas de reducir la marcha 200 metros antes de llegar a la estación para evitar posibles chispas (el muro de los polvorines está a escasos 15 metros de las vías).


sobre el plano, en verde la garita que queda actualmente, en amarillo los restos de dos de los muros exteriores; fotos SEBASTIÁN BREVA RAMÍREZ


Las consecuencias fueron nefastas: 21 fallecidos y una gran cantidad de heridos, principalmente por quemaduras de diversa consideración. Por su cercanía la mayor parte de heridos fueron conducidos rápidamente a Niebla, que en esos momentos sólo contaba con un médico, Casiano López quien les realizaba una primera cura de urgencia y los mandaba trasladar a Huelva. Las personas mayores de Niebla refieren vívidamente los gritos de dolor y peticiones de ayuda de los heridos, principalmente jóvenes soldados, semidesnudos por efectos de la propia explosión. Tal fue la sensación de pánico ante la llegada de heridos y la visión del incendio que la mayor parte de la población abandonó Niebla para dirigirse al campo, huyendo de posibles repeticiones, sin coger siquiera enseres, cargaron las bestias, los carros o andando huyeron en dirección contraria a la Estación (fundamentalmente a los parajes de Lavapiés y el Moro); el propio juez municipal da fe de este abandono a toque de campana (el medio más efectivo y rápido de comunicación de la época, unido al boca a boca).

El 13 de agosto se celebró un funeral en la parroquia de la Concepción de Huelva y todos los soldados fallecidos fueron enterrados en el cementerio de la Soledad de la capital, incluso contra la petición de algunos familiares de poder enterrar a sus hijos en las localidades natales (muchos de ellos de pueblos cercanos), pero suponemos que la imposibilidad de reconocer a gran parte de las víctimas por el estado de los mismos hizo tomar esta decisión “general”.

fosa común del cementerio de Huelva con los nombres y restos de los fallecidos

Los nombres.
Os dejamos una relación de fallecidos e implicados en el accidente, no están muchos de los heridos, pero es una muestra del gravísimo accidente que golpeó nuestro pueblo.



NOMBRE

CARGO

OBSERV

Hermenegildo Muñoz Marín

Jefe de Estación

 

¿?

Esposa Jefe Estación

 

Antonia Muñoz Rico

Hija Jefe Estación

Fallecida 16:00

Juan Antonio Muñoz Rico

Hijo jefe Estación

Fallecido 19:00

Rafael Díaz Daza

niño

Fallecido día 13

Luis Díaz López

Mozo de estación

Fallecido día 16

Luis González Villar

factor

Fallecido día 24

Matías Padilla Pavón

cantinero

 

Dolores Galán Carrasco

Trabajadora de la cantina

De Bonares

Juan Padilla Pavón

Obrero ferroviario

 

Juan prieto Carrasco

Obrero de la madera

 

Brigada

Jefe del polvorín

 

Antonio Pilar Marchena

Maestro artificiero

Fallecido

Manuel Noguera Castillo

Cabo 1º

Fallecido

Nicolás Rúa Barba

artillero?

Fallecido

Andrés Adálvez Armada.

artillero

fallecido

Antonio Bravo Caballero.

artillero

fallecido

Inocencio Salado Benítez

artillero

fallecido

Jacinto Medina López.

artillero

fallecido

José Cejudo Sánchez.

artillero

fallecido

José  Hormigo Padilla.

artillero

fallecido

José   Torres Gómez.

artillero

fallecido

Lorenzo Romero Franco.

artillero

fallecido

Pancracio Cabrera  Caballero.

artillero

fallecido

Manuel García Muñoz

artillero

fallecido

Manuel Martín Cruz

artillero

Fallecido 22:00

Manuel Cidres Martín

artillero

Fallecido día 14

Manuel Brenes Bohórquez

artillero

Fallecido día 21

Antonio García Guerrero

artillero

Del Arahal

José Expósito Cruz

artillero

 

José Rufino Cruz

artillero

De Aracena

Segundo Fernández Barragán

artillero

 

José Rebollo Rodríguez

artillero

 

Sebastián Maestre Bravo

artillero

 

Miguel Domínguez Tristancho

artillero

En Bonares

Antonio villarán Hernández

artillero

En Bonares




Pelayo Castillo Palacios, Antonio Bonilla Giles, Sebastián Breva Ramírez




Para ahondar más en el tema os dejamos un par de referencias fundamentales.



BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:
-       GARCÍA MÁRQUEZ, JOSÉ MARÍA. 74 años de una catástrofe inolvidable. La explosión del polvorín de Niebla. En http://www.todoslosnombres.org/
-       Entrevistas personales varias.