"STAT ROSA PRISTINA NOMINE, NOMINA NUDA TENEMUS"

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El blog de Pelayo Castillo Palacios

sábado, 12 de enero de 2013

EL PREGÓN, CON TODO MI CARIÑO.


Hay cosas que se gana a pulso, y esta entrada es una de ellas. No hace mucho en  REFLEJOS DE MI NIEBLA se dieron a conocer con un pequeño intercambio de comentarios mi cuñada Rosario y Jana, la seguidora que me regala comentarios con todas las entradas que hago, mi amiga de la infancia. Quedó pendiente una petición sobre el pregón que leí en las fiestas de la Virgen del Pino en 2004. Reconozco que fue el pistoletazo de salida para todas mis posteriores publicaciones, el que me quitó los miedos y vergüenzas.
Considéralo como un regalo de Reyes atrasado, por haberte portado tan bien con “Sentimiento iliplense”, te cuelgo el pregón con todo mi cariño, amiga Jana.



PREGÓN DE LAS FIESTAS 2004




            Niebla, 7 de septiembre de 2004


            Excelentísimo Sr. Alcalde de la Ciudad de Niebla.
            Sra. Presidenta y Junta de Gobierno de la Ilustrísima Hermandad de la Virgen del Pino y Santos Mártires San Walabonso y María.
            Srta. Fátima Contreras Rodríguez, Reina de las Fiestas,  Corte de Honor entrantes. Reina y Corte salientes.
            Afectos venidos de cualquier localidad.
            Estimados ciudadanos de Niebla, presentes y ausentes.
            Amigos todos.

            Virgen del Pino, titular de estas fiestas y Señora de Niebla. Santo y seña de tantos iliplenses de dentro y de fuera, que en tus días de soledad invernales en la ermita, sigues siendo la luz del faro que guía la fe de la mayoría de los niebleros. En este septiembre, tu mes, regresas entre tus hijos para volver a gobernar la nave del pueblo, para ser su mascarón de proa que desafiando la tormenta, rompe sin temor las olas. Cuántas oraciones para tus oídos, cuántas peticiones y vivas de tus fieles gentes de Niebla. Incluso para los que no somos practicantes o creyentes, tu imagen es una referencia luminosa en el alma porque significas Niebla, alegría, familia, paisanos, amigos, amor, en definitiva, todo lo bello que ansía nuestro ser.

             Con vuestro permiso comienzo este humilde pregón.

            Hace aproximadamente un mes, cuando desde el Ayuntamiento se me propuso ser el pregonero de estas fiestas, pensé que uno de esos momentos con los que sueñas desde niño me había arrollado sin saber cómo. Qué poco podía imaginar en ese momento lo difícil que es expresar sentimientos con palabras, plasmar en unas hojas vivencias, lugares y sensaciones que he compartido con muchos de vosotros. Nunca había afrontado semejante reto, tarea doblemente ardua, ya que en mi vida siempre prevalece la razón y la ciencia sobre los sentimientos y la fe.

            De esta manera sólo me quedaba abordar esta exposición desde mi particular y  subjetivo punto de vista. Nada más lejos de mi intención que ofender a alguien y si por error así fuese, mis disculpas de antemano; lo único que pretendo es compartir con vosotros todo lo que siento cuando traspaso cualquiera de nuestras árabes puertas y me zambullo entre estas calles y plazas.

            Expuestas mis razones, quisiera dedicar el pregón a toda mi familia, comenzando por mi mujer, Nuria, sin cuyo apoyo y compañía mi vida hoy no tendría sentido. Que al igual que vosotras Reina y Damas, como tantas otras jóvenes iliplenses anteriormente, subió aquí luciendo sus mejores galas en otra noche donde los nervios afloraban incontenibles, donde el antiguo ritual de paso que transforma las niñas en mujeres, encumbra durante un año vuestras bellezas.
También es para mis hijos, de los que espero sean mejores niebleros que yo y que valoren la justa medida de este pregón cuando sean mayores.

Pero a quien especialmente quiero dedicar estas palabras es a aquella que mientras me hacía dar interminables vueltas a la masa de los mejores roscos de aceite que jamás volveré a probar, me hablaba de una ciudad de decuriones romanos, de princesas y reyes moros, de campanas de oro, de cristianos asustados por truenos de pólvora, de una inglesa que se paseaba en parihuelas y que se llevó “nuestros tesoros” a los museos de su país, y de mil imágenes más que fueron grabándose a fuego en mi infantil mente. Especialmente para ti abuela Concha; “Conchita Molina” que, como ella misma se gustaba definir “más nieblera que los cernícalos de las murallas”. Para ella esta ciudad siempre fue su punto de referencia, su norte, su vida.... y ella me enseñó a quererte, a su Niebla.


¿Cómo empezar? Todos mis predecesores en este alto honor han puesto el listón muy alto, pero prometo intentar estar al nivel. Por mi condición de iliplense lo más fácil sería ensalzar las bellezas y virtudes de nuestro pueblo, o si por otra parte atiendo a mi vocación y estudios de historiador, podría aburriros con datos por todos ya conocidos, pero para eso están los libros. Así que comenzaré por lo más difícil: un acto de reflexión, una pequeña “llamada de atención”.

Parafraseando a Napoleón en Egipto podría deciros que “desde estas tierras 3000 años de Historia os contemplan”. Pero ¿qué estamos haciendo nosotros para continuar esta Historia? Creo que casi nada. He conocido muchos lugares que no poseen ni la décima parte de la  belleza de Niebla, pero donde sus habitantes se vuelcan con lo poco o mucho que tienen, empujan todos en la misma dirección, se apoyan unos a otros. Tras mucho estudiar el devenir de los niebleros durante el paso de los siglos, he llegado a la conclusión que, desde la toma de la ciudad  por Alfonso X, Niebla enfermó de “apatía ciudadana”, mal que aún nos atenaza. Nos conformamos con lo de siempre, que suele ser poco, preferimos lo foráneo, incluso zancadilleamos las iniciativas de nuestros propios paisanos, aquí nadie puede ser profeta en su tierra, ¡si hasta el mismo San Walabonso tuvo que serlo en la califal Córdoba! Perdonad mi sinceridad y crudeza, pero es lo que observo desde el prisma de alguien que lleva más de 20 años trabajando y viviendo fuera. Hay una frase de John Fiztgerald Kennedy que nos viene al pelo: “no nos preguntemos qué puede hacer Niebla por nosotros, preguntémonos qué podemos hacer nosotros por Niebla”

            Leyendo pasados pregones he reconocido fiestas, lugares, momentos y personas; pero la mayoría pertenecen a otras generaciones, a historias de mis padres y abuelos. Casi no recuerdo el casino de la Plaza con sus bailes, yo pertenezco a los años de la discoteca de “El Chori”, “la Spider” y a los primeros pubs. Tampoco tuve la opción de bañarme en la ollita, como mucho, en la presa de “El Goro”; apenas celebré la romería en la antigua ermita de la virgen. Por supuesto que recuerdo la plaza de toros de palos tras la iglesia, con los pases de “Torito” o con Morente travestido de mujer haciéndonos reír desde su bidón, pero para mí las tardes de vaquillas no me suenan a “Quijoles”, éste nombre trae tardes de ensayos en el colegio y un sinfín de desfiles y pasacalles con la banda, ¡otra de tantas grandes pérdidas!, ese grupo de esforzados niños que aglutinaron Juan de la Cruz, Quijoles y Barrera, con la musical ayuda de Juanito y Juan Muñoz, para formar esa banda, empresa que hoy día a cualquiera asustaría, pero ellos asumieron como propia e hicieron pasear el nombre de Niebla por muchas calles andaluzas; poco os puedo contar sobre la banda tras el brillante pregonero que me precedió en este atril el año pasado.
  

            A lo que no he podido faltar ni un sólo año desde que os dejé para estudiar y trabajar es a estas fiestas. Las fiestas de la Virgen del Pino siempre han sido muy especiales para mí. “La Señora de las Murallas” es el imán que todos los años atrae a no creyentes y a creyentes más o menos practicantes al punto donde sus raíces se hunden con fuerza: a la Niebla que antiguos viajeros como Al-Udri, o Idrisi llamaron Al-Amra, “La roja”, maravillados por el color de sus altivos muros. Muchas familias niebleras tenemos seres queridos allende el Tinto, entre los cuales me incluyo, los cuales realizamos nuestra particular migración septembrina para volvernos a abrazar una vez más con nuestros seres queridos a la sombra de estos vetustos torreones.

            Estas fiestas son herederas directas de otras muy antiguas y paganas celebraciones, ya nuestros ancestros hispanoromanos, iberos y tartesios festejaban el final de la recolección de los frutos estivales de la tierra, como la espiga de grano representada en las monedas romanas que se acuñaron en esta Ilipula. Más propia incluso de estas fechas es la vendimia de la uva. Ambas actividades he practicado de niño, pero de especial recuerdo es el dorado fruto de la vid. Aún puedo sentir como mi abuelo Mercedonio nos levantaba antes del alba ya con el carro y el mulo aparejados para tomar el camino de las viñas viejas, atravesando el puente romano todavía entre dos luces, con el suave traqueteo del carro que no contribuía precisamente a espabilarnos; más tarde, con el astro rey ya despuntado, al tajo hasta que aprietan demasiado el sol y las ganas de comer; el regreso a casa sudorosos, cansados, satisfechos, aprendiendo a trabajar. La merecida siesta vespertina, interrumpida por los gritos de Aragón pregonando con su carrito el “politanielpolo” “el polilado”, o tal vez los cohetes que preludian las capeas.


            En los meses de estío previos a las fiestas, diversiones inacabables, donde cambiábamos los juegos en el “patio chico” o el “patio grande” del colegio San Walabonso por otros no menos divertidos en la Plaza de San Martín o de Santa María: “borriquito la ventana”, “hilo negro”, “bandera”, “el bote”, “piola”  y tantos otros;  juegos donde el elemento que nos unía no se llamaba internet, chat o línea ADSL, que tan extraño me suena, esos factores comunes a todos nosotros y del que teníamos a espuertas eran la amistad y las ganas de vivir. Antonio, Vicente, Nicolás, Pedro, Jesuli, “el Noni”, Andrés y otros tantos que suenan a alineación de equipo de fútbol saltando a disputar nuestra particular Champions League en el campo de los “pachichis” de porterías fabricadas con palos cogidos en las maderas de Camacho. Éste y más grupos de amigos que compartíamos hasta los flash congelados comprados en el quiosco de “La Chica” o de Dolores.

 Añorados tiempos en los que nos colábamos aquí en este castillo, saltando la tapia a costa de algún que otro rasguño en rodillas y codos, pertrechados con tarascas y cerillas con las que inventar fantásticas batallas en las que siempre salíamos victoriosos.

Cuando la noche va tomando las calles ya es hora de volver a casa, “quedamos mañana, en el mismo sitio, a la misma hora”. En casa tu madre “que hay que ver cómo vienes”, “que dónde te has metido”, “que no se te ocurra acercarte a las vías del tren”; pero tras la regañina, una cena reparadora y las mejores tertulias que pueda haber, no hablo de telebasura ni de concursos insustanciales, hablo de puerta de calle y silla de enea, puede ser mi puerta, puede ser la del vecino, pero todas las aceras se van poblando de amigos buscando el fresco de la noche para sencillamente hablar, de cosas simples, sin importancia, de cosas nuestras; con las mismas estrellas que hoy nos contemplan como testigos de excepción.


            Para mí Niebla es como una mujer de la que siempre estaré enamorado incondicionalmente, sin pretensión de ser correspondido. Niebla es esa joven como todas las que han pasado por este escenario, como vosotras, que encarnáis los cinco sentidos de la vida:

            Niebla es el tacto áspero e irregular de los tapiales de la muralla, sillar romano con argamasa musulmana, conformando la corona que ciñe nuestro pueblo. Es tacto silvestre y espinoso de tagarnina y espárrago que tanto me gustan coger en inacabables paseos con mi hermano Félix, con los que, como diría un gran amigo, “comulgar con la naturaleza” Tacto agreste de mis mayores, surcados de arrugas en sus curtidas pieles de hombres de campo, que en silencio regaron con su sudor nuestra sedienta tierra. Es el tacto a Semana Santa, pies calzados de esparto, que ansían rachear tus empedradas calles a la voz del capataz; ¡a esta es! para elevar a Padre Jesús o a La Virgen de los Dolores a nuestro cielo iliplense.

            Quizás el oído. El inconfundible llamar a la colaboración de la semicentenaria tómbola. El sonido cantarín del Lavapiés cuando fluye junto a tu morada en la ermita, o el tumultuoso fragor del Tinto si viene crecido y martillea incesante los pilares del puente que largo tiempo atrás dejó de ser romano. Sonido repiqueteante y cansino a carrito cargado de bebidas del que tiramos Merce y yo durante tantas tardes de reparto. Ecos metálicos de campanas a las que los monaguillos llamábamos “la Dong”, “la Ding” y “la Dang”, que otrora sustituyeron con sus cristianas llamadas la musulmana voz del muecín llamando a la oración el viernes desde el alminar de nuestra mezquita-iglesia, campanas hoy sujetas al esclavista horario de una maquinaria.

            Niebla tiene sabor. Sabor serrano a nueces, peros y castañas en “Tosantos”. Sabor dulce de “palo dú”, uvas pasas, pestiños, torrijas y alfajores. Sabor áspero y duro como la tierra donde crece la uva palma y las gamboas, tan imprescindibles en las capeas como las pipas de calabaza. Sabor asfixiante de los primeros cigarrillos compartidos en la clandestinidad juvenil. Sabor terciopelo de besos de joven y mujer amada.

            ¿Cuál es el olor de mi pueblo? Huele a verde junco, romero y retama en Corpus. Huele a blanco azahar en los naranjos de la plaza. Huele intenso y fresco en las calderas de esencia. Huele amarillo polvoriento y a sardina en el real de la Feria. Huele a  serrín mojado en el suelo y a madera de bocoy en las tabernas del “Babieca” y “Lagares”. Huele a cera encendida en los cirios que, como otros cofrades,  portan Alba y Lidia el Viernes Santo, mis hijas de ojos grandes y oscuros que son como todos nosotros fruto de la amalgama de todas las culturas que dejaron su impronta en Andalucía y particularmente en Niebla. No nos engañemos, pese a quien le pese, somos fieles reflejos de judíos, musulmanes y cristianos que nos precedieron; que en Niebla tuvieron una pacífica y fructífera convivencia de la que hoy deberíamos aprender.

            Al final la vista. El inconfundible ocre del  romano Urium, el musulmán Wadi Lahsar, o el moderno Tinto, que en su curva abraza a Niebla desde sus orígenes acunándola y protegiéndola; ese mismo tono rojizo de las murallas que tanto contrasta con las cada vez menos blanqueadas fachadas. También son miles los colores de nuestra romería, cuando las niebleras se engalanan de volantes y botos camperos, como coloridos son los caballos y charrés adornados para la ocasión. Alegre multicolor son también el pasacalles del carnaval o la Cabalgata de Reyes.

            Dicen que una imagen vale más que mil palabras, si tuviese que elegir una lo tengo bastante claro.
            Me quedo con la de mis mayores sentados en los bancos de la Puerta del Buey; aquella desde donde Ibn Mafoz, señor de Lebla intentó engañar al rey Sabio. Abuelos de cabellos ralos y blancos, de nudosas manos apoyadas en igualmente nudosos bastones de olivo o acebuche, contemplando un sol de la tarde, entre rojizo y miel, que se marcha por el camino de Huelva. Esos abuelos hablando pausadamente de sus cosas, con el cuerpo y el alma satisfechos de toda una vida de entrega.

            De la misma manera veo salir al abuelo Félix, quien vino para quedarse desde la Granada de Boabdil, con su nieto de la mano haciéndole mil y una preguntas con mi misma curiosidad infantil por el camino tantas veces recorrido, puerta del Buey, Cruz del Concejo, Ronda de Jerusalén, Puerta del Socorro, hasta llegar a sus juguetes preferidos: los cañones de esa Artillería tan unida a Niebla; en definitiva aprendiendo a ser nieblero viviendo cada rincón con sus juegos.

Es la imagen a la que aspiro, a poder en un futuro sentarme en esos mismos bancos, feliz de haber hecho todo lo que estuvo en mi mano por mejorar mi pueblo. Junto al apeadero que tantas y tantas veces me ha visto partir y regresar desde Sevilla, Cádiz, Madrid, Lérida, Huesca, Galicia, Turquía, Bosnia Hertzegovina.... donde he tenido el honor de ser abanderado de mi pueblo, defendiéndolo siempre a capa y espada. Es junto a ese apeadero donde me gustaría declinar mis días, hasta que el sol que baña nuestras murallas me  lleve   hacia donde muere el Tinto, y de esta forma fundirme con él en un abrazo eterno.

            Pero antes tengo mucho que vivir, para sentarme con mis nietos en la Puerta del Buey y hablarles del decurión romano Clodio Fabato, de princesas y reyes moros, de Campanas de Oro, de cristianos asustados y de los mejores roscos de aceite de mi abuela Concha.
  
            Los que me conocéis sabéis que no soy hombre de grandes exaltaciones ni de vítores. Hoy, mi ¡viva Niebla! Lo hago desde dentro y hacia dentro, es por lo que sólo puedo despedirme rogándoos que desde esta noche queráis un poquito más a Niebla; y deseándoos que disfrutéis de estas fiestas con vuestros seres queridos.

            Amigos, humildemente y de todo corazón GRACIAS, MIL GRACIAS.

            Niebla, a 7 de septiembre de 2004

4 comentarios:

  1. Como mi hermana dice, "sin desperdicios"
    Siempre es bueno recordar, la verdad es que aun recuerdo aquel momento, y todos los que a tu alrrededor estaban,aquellas felicitaciones,en la cual yo tampoco me quede atras.Fue muy emotivo escucharlo "in situ" con tu voz, con el sentimiento que le ponias que en realidad era el que verdaderamente sentias.
    Una cosa desde entonces a cambiado, las creencias.
    Siempre es bueno recordar tiempos pasados.
    Enorabuena, como si se tratara de hoy mismo el dia del pregon, pues leyendo me trasladaste a ese momento, al lugar, ala compañia de seres queridos, conocidos,amigos, en una palabra estabamos todos alli arropandote.
    Enorabuena de nuevo y Gracias.
    Un abrazo.

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    1. Como muy bien dices han cambiado las creencias. En aquella época era un agnóstico convencido, aunque pude hacer un pregón del que siempre me sentiré orgulloso a la Virgen del Pino, luego hice de mis necesidades creencias, porque el alma se resistía a aceptar algo que la mente no concebía.
      Me ha sucedido lo mismo que a ti, Antonio, he vuelto a sentirme el protagonista de la noche, feliz hasta la médula, aunque parezca increíble, no había vuelto a leerlo, hasta esta entrada lo había visto algunas veces en vídeo, pero la magia de la escritura nos da esta oportunidad, la de volver a recordar situaciones y momentos especiales.
      Por todo eso os recomiendo que escribáis, lo publiquéis o no, pro lo tendréis ahí, siempre a mano.
      Gracias de nuevo por tus palabras amigas.
      Un abrazo.

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  2. Querido amigo, querido Pelayo, no te puedo expresar, por mucho que diga, lo que he sentido y estoy sintiendo al leer este pregón tuyo. Aquí estoy llorando pero no con sollozos, solo muchas lágrimas que me escuecen en los ojos, y un millón de cosas que te diría, que he ido recordando a medida que leía tu pregón. Cuando hablas de esos juegos de nuestra infancia, que yo no compartí contigo porque yo era de las "niñas de la barriada del Cemento", pero sí con Nuria, tu mujer, mi querida amiga... "el burro de la ventana", con lo que nos divertíamos nosotras -las chicas de "la Tropa"- jugando a eso, y al esconder por todo el barrio, y a "Historias", nuestro juego preferido, en el que inventábamos personajes y una "historia" y la seguíamos a lo largo de varios días...
    Y el "polielado", qué recuerdos y qué ganas de llorar, porque siento tanta nostalgia de aquellos días, cuando yo era niña y estaban mis queridísimos padres allí, y mis amigas, y esa vida sin preocupaciones y llena de sueños...
    No voy a ir palabra por palabra diciéndote lo mucho que me has hecho sentir y rememorar, pero tus últimos párrafos, en los que hablas de que quieres ser, tú también, uno de esos abuelos que se sientan en los bancos de la Puerta del Buey... ¡qué bien me han sentado! A veces, muchas veces, me angustia la idea de la vejez, de eso que nos espera a todos pero que da miedo por la falta de autonomía, por tener que estar a merced de los otros... pero esa idea tuya, de sentarse en un banquito al sol, viendo discurrir mi amado río cobrizo, me resulta consoladora.
    Tu pregón es de una belleza no deslumbradora sino hermosa, fértil, dulce, que llega al alma, me ha llegado a mí, y te aseguro que en estos días en los que estoy regular de ánimo, me ha hecho llorar de una manera que alivia, que dulcifica. Te juro que no digo nada por exagerar ni por halagarte. Y añado que tienes que escribir algo más que un blog, sea cuando sea.
    Y ahora, agradecer a Rosario, tu cuñaíta, que me "chivara" lo de tu pregón, porque, si no, no lo hubiera sabido nunca y no hubiera disfrutado de estos momentos de nostalgia y magia que me están hechizando el domingo.
    Gracias a los dos! Y creo que me va a dar tema para una entrada recordando cosillas que hace años que no recordaba.
    Besos muy, muy apretaos, con tacto, olor, sabor a muralla y lágrimas.

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    1. Agradecido un millón de veces Jana.
      Evidentemente viniendo de ti es especial por múltiples motivos:
      - Porque es a quien me apetecía dedicarlo en este momento
      - Porque, por edad, eres de las que mejor lo puede entender.
      - Porque tu opinión de escritora me sirve casi tanto como la de amiga.
      - Porque hemos sufrido la distancia de nuestra Niebla, tú la sigues sufriendo de hecho.
      - Porque sí.
      Por suerte hace años que ni la vejez ni la muerte me dan miedo, la primera porque significaría una vida completa, la segunda porque ya me ha castigado con fuerza un par de veces y realmente lo único que puede hacer es llevarme a una maravillosa compañía. Eso sí, si puedo elegir me quedo con mi lugar favorito en el mundo, la Puerta del Buey.
      Bueno una confidencia se saca con otra (ya se que es un clavo, pero me sirve el símil). Lo que no sabía nadie, hasta ahora es que mi querida "cuñaíta" fue la única persona que conoció el pregón antes de ser leído casi en su totalidad, de hecho fue mi crítica personal a petición propia; lo que me sorprendió es que reaccionó esa noche como si nunca lo hubiese hecho, supongo que mi voz también tendría algo que ver a la hora de comunicar.
      Para terminar, recordarte, por si no lo has visto que tienes un correo con el pregón tal y como yo lo tuve por delante, con sus fotos motivadoras.
      Besos apretaos, nieblera.

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